sábado, 21 de abril de 2018

Te quiero Málaga

Muchos kilates en esa alineación (2011-12)

Esta semana el Málaga CF ha descendido a Segunda División tras 10 años seguidos en la élite, récord del club en cualquiera de sus denominaciones. Ha sido una década notable, con momentos muy destacados como las victorias ante todos los grandes, el paso por la Champions League, los recuerdos que Cazorla, Toulalan, Isco, Baptista, Duda, Willy Caballero, Santa Cruz o van Nistelrooy nos dejarán por siempre, así como salvaciones agónicas. 

Esta bitácora cumple 11 años estos días, por tanto no había tenido que lamentar nunca un descenso del equipo de mis amores. Podría hablar de lo mal gestionado que ha estado la entidad los últimos tiempos, de la pésima plantilla y los espantosos profesionales que sangran al Málaga CF sobre el césped, el banquillo o los despachos. Allá ellos con su conciencia, pues si este club se rehizo de su desaparición partiendo de sus cenizas en Tercera, habiendo vivido mil situaciones límites y muchos otros descensos, por supuesto que regresaremos a lo más alto. Ya si además se hacen las cosas bien quizá se alcance el verdadero potencial de un club que nunca debería salir del top 8 nacional, aunque en eso no entraremos hoy.

Quiero usar estas líneas para intentar expresar porqué soy malaguista.

Obviamente que sea el equipo de tu tierra influye por muchos factores. Es lo cercano, lo que dota con un sentido de pertenencia, parte de tu gente, es identificación, "luchar" y "defender" lo tuyo a partir de unos ideales, una historia y once tipos dándolo todo con mayor o menor fortuna sobre el tapete. El que piense que el fútbol va de ganar, cuando un torneo lo gana uno entre cientos cada año, probablemente no tenga ni idea de lo que implica de veras este deporte. Que oye, ganar es precioso, un anhelo que todo hincha comparte, pero es imposible negar que alzar la Copa aunque sea una vez en la vida, o festejar un ascenso, es más especial que levantar los dos o tres títulos por temporada que se llevan actualmente los clubes-multinacional, en parte desarraigados, con millones de ventajas (algunas merecidas por su buena gestión durante décadas, todo sea dicho) pero que lloran a la mínima si un club más normalito les estropea la fiesta.

El primer partido al que recuerdo que asistí como aficionado malaguista no fue en el templo de La Rosaleda, sino en El Pozuelo de Torremolinos, mi pueblo. Ahí tuve un buen bautizo, pues aunque en Tercera estábamos, disfruté con el gol de Basti que nos dio la victoria ante el Juventud. Luego sí, meses más tarde mi padre nos llevó a mi y a mi hermana a la fase de ascenso en una Rosaleda para mi impresionante (pese a los muchos huecos en la grada), en la que empatamos 2-2 ante el Isla Cristina.

¡Cuanto nos costó superar la Segunda B! No fueron demasiados años, pero cada uno pesaba como una losa. No era la categoría del Málaga, por lo que enquistarse en ella dolía cada fin de curso. Hasta que en 1998 se obró un milagro por partida doble que nos devolvía al fútbol profesional, en la tarde de Guede que jamás olvidaremos.

Bravo, Movilla, Rafa, Larrainzar, Guede, Basti... mucho carisma ahí.

Aquella 98-99 fue una fiesta. Ya tenía camisetas de fútbol, mas siempre me las habían regalado. Con las 5.000 pesetas que me dio mi abuelo para mi cumpleaños me fui corriendo a comprarme la blanquiazul de aquella mágica temporada, una Kelme con la que había que tener cuidado que no se enganchase en ningún lugar (y que obviamente aún conservo). Recuerdo ir a casi todos los partidos aquella campaña, casi siempre con algunos amigos del colegio. Tren hasta el centro de Málaga, caminata hacia el estadio portando camiseta y bufanda blanquiazules, aderezado con un saco de pipas para la ocasión.

Creo que el día más bonito que he vivido en La Rosaleda, y por ende en ningún estadio (y he visitado Giusseppe Meazza, Bernabéu, Cilindro, Villa Park, Monumental, Calderón...), fue el ascenso a Primera a finales de la primavera de 1999. Se acababa el colegio, soñábamos con regresar entre los grandes, así que cumplimos con el ritual. Nos plantamos en el templo un rato antes, pues estaba hasta la bandera, augurando fiesta tras el partido que nos enfrentaría al Albacete. El sol de justicia de aquel mediodía daba un tono aún más irreal a aquella mañana perfecta, incluso aunque el rival anotase en los primeros compases. Luego se remontó, ganamos 3-2 certificando el regreso a Primera menos de una década después de habernos refundado en Tercera. E invadimos el césped, festejamos con desconocidos con los que compartíamos alegría, con los jugadores, con Joaquín Peiró y con cualquiera que se cruzase en nuestro camino.

Luego regresé decenas de veces al hogar que tantas almas compartimos. O centenares de veces, ¿qué más da? La Intertoto, goleadas a Atlético, Sevilla y Barcelona, otro descenso, el miedo a caer a Segunda B (¡qué alivio la victoria ante el Poli Ejido), el regreso con los tantos de Antonio Hidalgo, la Champions, vencer en el Camp Nou, batir al Madrid tras tantos años, noquear al AC Milan, al Anderlecht o al Oporto... Mi vida como malaguista ha sido preciosa, pues las desgracias son parte de la misma (por eso siempre digo que el hincha del grande vive en una realidad paralela), y las muchas alegrías, aunque no implicasen el metal de un título, quedarán por siempre selladas en mi corazón blanquiazul, independientemente de la categoría en que juegue el equipo, de quienes salten al césped o quienes manden en los despachos.

Va a ser un reto durísimo ante los Osasuna, Zaragoza, Valladolid, Oviedo, Granada, Cádiz, Numancia, Córdoba (espero), Tenerife, probablemente Las Palmas y Deportivo, quizá Mallorca y Racing de Santander... algunos con títulos nacionales, varios con grandes gestas europeas, todos clásicos a la espera de su momento para regresar a la élite. Que queréis que os diga: estoy deseando que pasen unos meses para sacarme el abono de Segunda División y ver de nuevo a los míos batiéndose el cobre. A por el 13º ascenso a Primera.
 
Te quiero Málaga.

domingo, 8 de abril de 2018

El aburrido fútbol europeo

Séptimo año seguido con esta anodina imagen

Cada año las distancias en las principales ligas aumentan a la par que desciende la emoción. Los enormes contratos televisivos, las fortunas externas, la Ley Bosman (que aunque justa ha contribuido a ello) y, todo hay que decirlo, el buen aprovechamiento de esos recursos casi ilimitados, ha creado desde hace unos años una fastuosa aunque reducida corte europea que lejos de mejorar el espectáculo animando al espectador (sin hinchas no hay fútbol, jamás lo olvidemos), está alejando cada vez más a parte de ellos de la élite.

Vamos por partes:

De las últimas 20 Bundesligas el Bayern se ha llevado 14. La mitad de las restantes fueron para el Borussia Dortmund, repartiéndose el resto Wolfsburg, Stuttgart y Werder Bremen. Desde la década de los 70 la estrategia de fichar a lo mejor de la concurrencia local le ha otorgado grandes réditos tanto a nivel nacional como internacional, algo que no han podido replicar sus rivales, a años luz del conjunto bávaro. A día de hoy, su impresionante estructura, su cultura ganadora, su gran profesionalización así como el apoyo de importantes multinacionales le convierten en un equipo prácticamente inabordable en suelo alemán, por lo que su éxito está asegurado los próximos años. Salvo renacimiento de Borussia Dortmund u otro clásico (HSV, B.Mönchengladbach), o que el RB Leipzig salte la banca, poca emoción albergará la Bundesliga.

Esto es extensible a Francia, si bien el PSG está lejos de la historia exitosa del Bayern. Aún así lo atomizado que ha estado siempre el poder en la Ligue 1 permite a los parisinos reinar sin demasiados problemas. El año pasado venció el Mónaco, en parte ya desmembrado por ellos mismos con el fichaje Mbappé. También una pifia de Ancelotti permitió a un meritorio Montpellier ganar su primer título a lomos de Belhanda y Giroud en 2012. Hoy el PSG está empatado a entorchados con Stade Reims y Girondins, por detrás de Olympique de Lyon, Nantes, Olympique de Marsella, Mónaco y St.Étienne. Si nada cambia, en un lustro habrá superado a todos los grandes históricos un club que hasta 2012 solo acumulaba dos ligas.

La misma foto desde 2012
Italia, antaño cuna indiscutible de la competitividad en el fútbol ha perdido ese gen identificativo que permitía que cualquier formación de aquel país le pelease (y casi siempre venciese) a cualquier adversario por poderoso que fuera. Hoy día la Juventus se cose año tras año el Scudetto, sumando seis consecutivos, con el séptimo cerca si no lo evita un meritorio Nápoles. Llevamos un lustro sin noticias de Milan e Inter, aunque parece que en este último comienzan a brotar ciertas esperanzas. La Roma es un eterno quiero y no puedo, mientras animadores como Fiorentina o Lazio no tienen el potencial para sostener en el tiempo una batalla tan desgastante. Así, salvo que los partenopeos asalten Turín, ganen todo por el camino además de obtener un favor del Inter, la Juve sumará su 7º título consecutivo cuando hace apenas una década estaba volviendo de Serie B.

En Inglaterra, donde despilfarran ridiculamente el dinero cada curso, va a ganar el Manchester City con sobradez, algo que ya quedó claro en diciembre ante un impresionante ritmo de victorias que nadie pudo seguir. En España la Liga se decidió hace un mes cuando Messi anotó de falta ante el Atlético en el Camp Nou. Es lo que tiene la bomba atómica, que da igual cómo juegue el Barcelona que surgirá el genio argentino para resolver la papeleta.


Por tanto, tenemos a las 5 grandes Ligas prácticamente sin emoción (veremos en Italia, el resto está cocinado). En menor escala, ligas como la escocesa, la griega, la bielorrusa, la austríaca o la suiza vienen a significar tres cuartos de lo mismo. Cada año Celtic, Olympiakos, BATE Borisov, RB Salzburg y Basel ganan sus ligas, si bien parece que esta vez se va a romper la hegemonía en tierras helenas (¡gracias Mario Husillos!) así como en las helvéticas. Migajas, pues luego estos clubes serán meras comparsas en el baile de ricos que es la Champions, donde a veces no llegan, y cuando lo hacen rara vez pueden aspirar a superar la fase de grupos. Además ya ni si quiera hay un Arsenal con el que meternos.
zzzzzzzzzzzzzzzzzz

Porque esa es otra: la fase de grupos de la Champions es monotonía pura. Este año hubo un par de sorpresas con las caídas de Nápoles a manos del Shakhtar y del Atlético ante Chelsea y Roma. Ha sido lo único reseñable, aunque tampoco hablamos de épicas improbables. Esta temporada lo peor es que ni las eliminatorias están ofreciendo algo reseñable: el PSG se vio superadísimo por el Madrid, mientras el Besiktas poco pudo hacer ante el rodillo del Bayern. Liverpool y Manchester City también aplastaron, mientras la Juve hizo valer su experiencia ante un Tottenham que no llegó a plasmar en el marcador su gran superioridad. Al menos el Sevilla tumbó a un Manchester United al que le está recuperando recuperar la jerarquía de los tiempos de Ferguson.

Respecto a los cuartos de final, tras la ida parece imposible que Barcelona y Real Madrid no avancen. El Sevilla necesita una gesta enorme en casa del Bayern, que se llevó la victoria de tierras hispalenses. Por último al Manchester City le toca levantar un 3-0 ante el Liverpool de Klopp, un técnico que suele mojarle la oreja a Guardiola, que ayer perdió 2-3 el derby de Manchester ante el United de Mourinho.

Sin Ligas y a la espera de lo que puedan deparar las semifinales de Champions, aquí un servidor desea con todas sus ganas que finalice el curso europeo más aburrido que recuerda. Y doloroso, que mi Málaga va a sufrir otro descenso. Ya queda menos para el Mundial.